sábado, 13 de febrero de 2010

INTRO

Ella tiene muchos defectos: es impulsiva, temperamental, bastante sensible, dramática. No sabe dormir en una cama que no sea la suya, caminar con tacos, y no le va muy bien en matemática. Ella tenía un gran defecto que le salaba los días dulces: ella deseaba poder detener el tiempo, guardarlo en sus bolsillos y que no escapara como agua entre sus dedos. Coleccionaba cada cosita sin sentido que la llevara de nuevo a ese instante, pero un día se dio cuenta que era maravilloso no poder hacerlo, porque si pudiese detener o guardar el tiempo, no disfrutaría cada respiro de aire nuevo en sus pulmones, ni los días buenos, ni malos ni normales. Esos pequeños momentos y detalles tan cotidianos que la hacen ser tan feliz y sentir que está viva. Los abrazos de su madre, sus conversaciones, y ese aroma húmedo a perfume impregnado en su cuello. Su papa gruñón, sus te quieros oprimidos pero sinceros.

Caminar por las mañanas por la costa y ver nacer el sol en el horizonte. El amable cansancio que queda, la sensación de las gotitas del agua helada chocando contra su piel al bañarse.

Extrañar su casa después de estar lejos unos días, tumbarse en su cama después de tanto caminar. Los condimentos que salen de la cocina al mediodía de los domingos, y por las tardes subir el volumen de la música y bailar, y cantar y girar en espiral.

En desahogada soledad el sol joven y alegre de las mañanas, entrando por cada rincón, inundado todo de luz, tocando lo intocable, y sentirse feliz.

Sus amigas, las historias y las risas. El dulce alivio al dejar correr las lagrimas atoradas en el corazón. La azucarada melancolía al recordar viejos tiempos, leer cartas y ver fotografías. Las lluvias y el recuerdo de esos días, las sonrisas, las ilusiones ingenuas e inocentes. Los árboles afuera de su ventana revistiéndose de flores naranjas en la primavera o quedándose desnudos en el invierno. Mirar a las estrellas apoderarse del cielo. Los atardeceres, el sol como una calabaza acaramelada escondiéndose y perdiéndose como suaves caricias en el profundo cielo azul.

Las narices frías como el invierno, andar descalza por su casa, la música suave, acústica y con un toque nostálgico. La tranquilidad de despertar en su cuarto y saber que todo fue una pesadilla. Recostarse en el patio de su casa y sentir el sol arropándola, el aire acariciando su piel y jugando con su cabello suavemente. Despertarse a mitad de la noche y escribir. Las hojas en otoño y sus colores. Dormir. Un suéter enorme y cómodo. El olor que queda en la tierra empapada después de una fresca tarde lluviosa. Amar. Leer, soñar, imaginar y volar.

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